miércoles, 14 de septiembre de 2011

Timor

¿Por qué uno no hace lo que realmente siente, sin pensar tanto las cosas? Creo, y no considero ser un descubridor con esto que digo, que casi sin dudas el mayor problema es el miedo.

Yo tuve miedo algunas veces. Y no hablo del miedo que un pequeño le tiene al castigo de los padres, ni del miedo en el primer día de clases de la secundaria. Sino ese miedo que te nubla, te perturba y no deja fluir tus verdaderas actitudes naturalmente.

Da miedo salir de lo que uno ya está acostumbrado, de las seguridades que provoca tener las variables controladas, cautelosamente recorridas y conocidas, sabiendo exactamente cada defecto y cada virtud. Porque ya las pasamos y aprendimos las formas de hacer bien las cosas y hasta solucionar aquellas que, como siempre, no nos salen. Uno en su casa camina hasta con la luz apagada por el simple hecho de conocer minuciosamente donde está cada obstáculo.

¿Cuántas cosas uno no hace por miedo y cuántas cosas uno pierde por miedo? Como perderse un amor por no animarse a volver a aprender, volver a recorrer un camino desconocido por primera vez, incierto, peligroso quizá, o no. Animarse a salir de ese molde rígido que uno fue cimentando para construir y conocer un camino que, sea empantanado o no, por algo apareció en nuestra brújula ventricular.

La falta de certeza, provoca dudas disfrazadas en miedo, confundiendo a los sentimientos. La inseguridad transformó mis emociones en censuras, atiborrándome de incertidumbres. Entonces, desconociendo mis pensamientos, se esfumaban aquellos destellos de seguridad que solía tener cuando estábamos juntos.

Una cosa lleva a la otra, dicen, y sin decisiones propias ni seguridades para ofrecerte, mi destino era una cuestión de tiempo. Ese tiempo llego y hoy me arrepiento. Me faltó seguridad, esa que hoy tengo para ofrecerte, tarde. Tuve miedo.

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